Ni chicha ni limonada
Tubito y Molina no pudieron superar el miedo escénico en Cosmos. Paquito Gómez estuvo cerquita de estrenarse con la camiseta de Juventud Valiosa.

Tubito y yo apenas teníamos 11 años de edad cuando nos creíamos los mejores jugadores de la categoría (entre 9 y 13 años) en el barrio. Sin embargo, no habíamos llegado a las grandes ligas que significaba disputar un torneo interbarrial o llevar el supuesto talento a otro sector que no fuese La Fragata, al sur de Guayaquil.
“Ojalá jueguen así el día que los llevemos a otras zonas o a jugar un campeonato”, nos decían continuamente los adultos de la zona. Ambos nos reíamos porque, confiados y un poco agrandados, creíamos que no importaba el lugar ni los rivales para demostrar nuestros dotes. “Donde pinte y de ninguna”, respondía a veces, con su jerga popular, Fernando Vera, más conocido como “Tubito” por sus piernas flaquitas.
Reinábamos en una cancha improvisada de lodo seco en dos terrenos baldíos frente a mi casa. La mayoría de los futbolistas que intervenía en ese campito -que en invierno se convertía en ‘pisciposa’- eran de la misma cuadra, excepto los fines de semana en que llegaban invitados desde las distintas cooperativas de las Malvinas.
Junto a la cancha vivía Paquito Gómez, de nuestra misma edad, y a quien le daba por jugar de vez en cuando. Era veloz, sin embargo, carecía de buena técnica y no entendía el fútbol. Prefiero describirlo así y evitar como dicen otros sin remordimientos: “era malo ese man”.
Con Vera nos alistábamos, emocionados, para intervenir en nuestro primer interbarrial de fútbol vistiendo la camiseta de Cosmos. Pero antes del estreno participaríamos del gran evento de inauguración.
Felices nos formamos para caminar por las calles del sur de la ciudad hasta el estadio Capwell. Tubito tenía el dorsal 17 en su camiseta y yo el 14, lo que más o menos nos indicaba que no seríamos titulares en el equipo.
En la puerta de ingreso del estadio de Emelec alguien nos manoteó. Primera sorpresa. Al darnos vuelta, era Paquito Gómez vistiendo el uniforme de Juventud Valiosa, equipo que ostentaba el vicecampeonato de la sub 12.
Segunda sorpresa, Paquito lucía el 7 en la espalda. No lo podíamos creer junto a Fernando hasta que vimos que 3 futbolistas juventinos más cargaban el 7. Por un momento sentimos un golpe directo al ego.
Cosmos realizó una participación irregular y no avanzó a la siguiente ronda. El 14 y el 17, que se creían estrellas, mostraron solo destellos de su fútbol. Ninguno fue titular indiscutible. Cero goles.
Hasta ahí la historia un tanto estrellada de Tubito y este servidor, Juan Francisco Molina. Paralelamente Paquito también intervino en el interbarrial.
En el primer partido no fue tomado en cuenta por el técnico y se fue amargado.
Para la segunda fecha, cuando faltaba poco para que se terminara el encuentro, el entrenador gritó: ¡calienta Gómez!
Paquito comenzó a correr al costado de la cancha hasta que, lleno de rabia, escuchó el silbato final.
-No vuelvo a esta pendejada-le dijo enojado al papá, don Francisco Gómez, quien lo convenció para que volviera.
Llegó el tercer partido. Por fin, Paquito estaba en la línea de cal, para ingresar, cuando el árbitro también avisó el cierre de la contienda.
-Se acabó. Esto es una payasada.
Juventud Valiosa, fruto de tres derrotas consecutivas, se quedó sin opciones de clasificarse a la siguiente ronda, pero debía cumplir con su último cotejo.
Para ese domingo, Paquito y su papá ya no incluyeron en la planificación del día, acudir al complejo de Fedenador, en la vía a Daule, para ser parte de la despedida de los juventinos en el torneo de ese año.
Además, debían, casi a la misma hora, llevar a la señora de la casa al Terminal Terrestre. Se iba para Puebloviejo, su tierra. Tras dejarla en el lugar, a don Francisco le dio por proponerle a su hijo ir a ver los últimos minutos de participación de Juventud Valiosa y recibió un “bueno, vamos”. Según la hora llegarían a los 10 últimos minutos del encuentro.
Apenas llegaron al complejo se enteraron que la jornada se había atrasado una hora y que Juventud Valiosa, incompleto, recién estaba por ingresar a la cancha. Pocos jugadores habían concurrido por la desilusión de la eliminación anticipada.
Fue ahí cuando al ‘profe’ Sergio Aguilar se le iluminaron los ojos viendo llegar a Paquito y le gritó emocionado, moviendo las manos con rapidez: ¡Apura Gómez, apura, nos falta uno, hasta que te llegó la oportunidad!
Paquito frenó a raya, se tomó la cabeza con las dos manos, vio a su papá frunciendo el ceño y devolvió: ¡Chasumadre, no traje uniforme!!!!
Por: Elías Vinueza Rojas