Las celebridades del barrio
3 micro cuentos

Patricio, el monaguillo boxeador
“Mete gol gana”, gritó un rival. Íbamos 2-2. Dos equipos más esperaban su turno a los costados de la cancha de al frente de mi casa, improvisada sobre dos terrenos baldíos con superficie de lodo seco.
“Bacán, pero el ganador se queda en cancha, nada de pareja eh”, respondí. El partido entre muchachos de entre 11 y 13 años estaba candente, pero no llegó a generar las sensaciones del choque boxístico que se dio antes de que un equipo marcara el tercer gol.
El encuentro sufrió un corte abrupto por la presencia de Patricio en la calle principal. Ese día no había concurrido a jugar porque debía acudir a la iglesia donde las oficiaba de monaguillo. Biblia en mano, pantalón azul de tela, camisa blanca de mangas cortas y corbata se dirigía a la iglesia, pero frenó a raya cuando desde la cancha lo desafiaron para combatir.
-¡Acá está el colorado del que andas hablando mal, ven a pelearle si eres muy varoncito!
-¡Le tienes miedo!
-La plena, aquí estoy, ven a decírmelo en la cara, bobo chu…
Patricio pisó la cancha, me entregó la biblia e inmediatamente se cuadró ante su retador. Primero sacó un gancho de izquierda, luego un derechazo, y otra vez la izquierda y la derecha, y dos veces más, mientras el “Colorado” se limitaba a agachar la cara para evitar el vendaval de su contrincante.
-¡Ya déjalo, déjalo, ya le diste!
El gran ganador de la jornada escuchó los pedidos de los espectadores, se sacudió el polvo de la ropa, se ajustó la corbata, se limpió los zapatos, me pidió la biblia y retomó el camino rumbo a la iglesia, donde siempre se mostró pacífico y espiritual.
Oliver, el futbolista aventurero
Se hizo famoso como Oliver, pero su nombre real es Roberto. Como recorría casi todas las canchas del sur de Guayaquil a un amigo le dio por bautizarlo como la estrella de los Supercampeones, una serie de manga basada en fútbol y que era transmitida por Ecuavisa. Al protagonista de esta historia le gustó tanto el apelativo que cuando fue padre inscribió a uno de sus tres hijos con ese nombre.
Un sábado normal para él, en su etapa veinteañera, constaba de seis peloteos en seis canchas distintas a lo largo del día. Comenzaba a las siete de la mañana y cerraba la jornada cerca de las 11 de la noche. Hasta del almuerzo se olvidaba. Después de cada partido disfrutaba las mieles del éxito -se jugaba por dinero, aunque poco- tomándose una cola de dos litros.
Su fama se hizo tan grande que una noche escuchó un ruido en el patio trasero de su casa. Agarró una recortada -el 90% de las familias del sector tenía una por temas de seguridad-, salió al corredor y se encontró con dos tipos que habían saltado la pared para coleccionar objetos ajenos.
Oliver los enfrentó apuntándolos, pero cuando se vieron las caras todos se llevaron una sorpresa.
- ¿Qué, tú vives aquí? -dijo uno de los tipos.
- ¡Claro! ¿Pensé que sabían?
- Es que como tú juegas en nuestra zona, creíamos que tú vivías por ahí.
- No, no.
- Bueno, loco, disculpa, nos vamos.
- Dale, nos vemos, suerte.
Esa fue una muestra de la amistad que Oliver podía generar gracias a una pelota de fútbol y a su incansable trajinar por las canchas de cemento o arcilla.


Doctor show
Tenía el cabello completamente blanco y formaba parte de uno de los elencos debutantes en la Liga barrial Delfín. Muchos creyeron que era un veterano más que era tomado en cuenta por compromiso, porque seguramente era el que financiaba la participación del equipo.
En un torneo en el que los veinteañeros eran las figuras y los treintañeros eran vistos como los experimentados, él rompió los esquemas con 50 años a cuestas. En el estreno, su escuadra debió enfrentar al campeón reinante, Tropic 45. Una goleada era un pronóstico respetable, pero no fue así. Flamengo cayó ese día (1-0), sin embargo los espectadores se deleitaron con las acciones del Doctor, que además de gambetear en algunas ocasiones a rivales que tenían menos de la mitad de su edad estrelló dos remates en el horizontal. Al final del encuentro, los monarcas actuales y ganadores de la partida se dirigieron a él para mostrarles su asombro y felicitarlo.
Como fue el último encuentro de la fecha fueron pocos los que vieron ese espectáculo inesperado. Para la segunda jornada, Flamengo salió sorteado para el tercer partido del día. Ya se había corrido la voz que existía un veterano que jugaba harta pelota, así que la cancha estaba a reventar. Y el número 10 de cabeza blanca acabó con los rumores. A los 6 minutos del encuentro pidió cobrar un tiro libre desde la media cancha, ensayó un disparo fuerte y alto que el portero rival esperaba adelantado para supuestamente receptarlo como a un globo de matiné, pero terminó bañado. El golazo de 40 metros dejó a casi todos con la boca abierta.
El Doctor se inspiró y luego del 1-0 comenzó a gambetear al que se le aparecía por el camino, sus compañeros se limitaron a correr y a quitar la pelota para entregársela a él.
-¡Marquen al veterano chucha, los demás valen ver…!- gritó un hincha enardecido de Los Chavales, el cuadro rival.
Después llegaron dos goles más que no fueron de su autoría, pero sí mediante sus habilitaciones. Los Chavales solo lograron descontar.
Desde aquel día, el veterano -o el Doctor- continuó dando espectáculo y marcando goles inverosímiles en la liga barrial de fútbol 8. Así, se convirtió en una celebridad en la zona, que consta de unas 20 cooperativas, y en la que el fútbol es pasión y religión.